El campo, Marlaska y cuando el desgobierno mata
Marcelino Lastra.– Surge la duda sobre la humanidad de Marlaska, ministro de un gobierno que ha reducido la dotación de la Guardia Civil de Navarra y les ha impuesto una misión antidroga imposible, resultando en el asesinato de dos agentes. ¿Carece Marlaska de sentimientos y sentido común? ¿Es un ser humano o más bien una inteligencia artificial? Hay indicios de que el gobierno está sumido en el caos mental, espiritual y emocional. Marlaska asistió al funeral del agente asesinado con la intención de condecorarlo, pero la viuda evitó su contacto. Sin embargo, es importante recordar que el desgobierno que mata se graduó en el Evento Covid-19, lo que demuestra sus prioridades equivocadas. Además, se destaca la falta de alimentos y la malnutrición como formas de control y sometimiento de la población. En el pasado, gobiernos anteriores destruyeron la industria nacional y ahora intentan desmantelar el sector agrícola. Es fundamental que todos unamos nuestras fuerzas para proteger el campo y luchar contra este desgobierno.
La viuda de David Pérez Carracedo evitó que las manos de Marlaska golpearan a su esposo a través del féretro. Claro que David merecía la condecoración, aunque sería de agradecer que, en vez de repartir honores póstumos, el desgobierno que mata repartiera medios para combatir a las mafias criminales.
El desgobierno que mata se graduó en el Evento Covid-19 ¡Qué importarán dos o tres guardias civiles en comparación con aquello, ¿verdad?! Seguramente sus androides mayores, los espíritus malignos que habitan el inframundo, le habrán prometido recompensas jugosas. Al desgobierno que mata se lo ve motivado, obediente y cumplidor; ¿qué mejor forma que la falta de alimentos o la malnutrición? Las élites utilitaristas demostraron la eficacia de la insuficiencia alimentaria en la India. Estudios recientes estiman que en el período 1880-1920 (1) pudieron morir anticipadamente hasta 150 millones de indúes por las políticas impuestas por los británicos.
No fue la bomba nuclear, demasiado sucia para una aristocracia nacida de la piratería y la limpieza racial supremacista; fue la muerte lenta del hambre y la malnutrición; ambas agotan, quitan las ganas de vivir; te roban la energía y te mueres sin protestar en una agonía lenta, donde no cabe ni el enojo, por falta de fuerzas. La malnutrición puede no matarte por la ausencia de qué llevarte a la boca, sino por ahogar el hambre con exceso de “alimentos” tóxicos; recordemos que tóxico y venenoso son lo mismo.
Hace cuatro décadas, otros gobiernos demolieron la industria nacional española obedeciendo a sus superiores de logia y apellidos impronunciables. Sólo se opusieron los trabajadores directamente afectados; el resto de la Nación observó expectante como si no fuera con ella; ¡qué imperdonable error! La muerte del sector industrial se llevó consigo el nervio de la comunidad política. Legiones de trabajadores de cuello blanco o de “yupis” de medio pelo no juntan el carácter combativo de un trabajador del metal, de la naval o de la mina; tampoco la de un campesino y, hoy, de los transportistas. La gente del campo y quienes transportan los frutos de la tierra y el ganado son el último reducto del pensamiento racional, el apegado a la realidad cotidiana, del sentido común nacido de la experiencia, no de la ingeniería social de los manipuladores de la conducta y los valores invertidos. No tocan teclados ni manejan algoritmos; su relación con la tierra, los animales y los motores los dotan de una nervadura distinta al ciudadano urbanita que espera la luz verde del semáforo en un paso de peatones, aunque no venga un coche que le impida cruzar. El urbanita obedecerá a una máquina, aunque su inteligencia humana le diga que hace el necio. A esa obediencia irreflexiva la llamará ser buen ciudadano; por eso nos quieren a todos en las ciudades. Saben que ese buen ciudadano acabará comiendo insectos por el bien de la Tierra y el cambio climático y, en caso de desacuerdo, su resistencia será débil, limitada; un campesino sería un hueso más duro de roer.
Los guardias civiles se han jugado la vida muchas veces por nosotros, pero no son carne de cañón a merced de un desgobierno con resultado de muertes por asesinato. Este Gobierno es una vergüenza nacional. Pido a los miembros de la benemérita que no se enfrenten contra quienes luchan por seguir dándonos de comer; también a ellos y a sus familias. No son delincuentes. No hay nada más justo que defender un plato de comida digna -hago hincapié en lo de digna- que llevarse a la boca y asegurar que otro plato llegue a los demás.
El campo no es únicamente de los que quieren seguir viviendo de él; es de todos y, como en Fuenteovejuna, debemos estar ¡todos a una! No cometamos el error de hace 40 años con la reconversión industrial.
¡Esta vez, no!
Marcelino Lastra Muñiz
mlastramuniz@hotmail.com
(1) Late Victorian. Holocausts. El niño famines and the making off The third world. Mike Davis
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